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Los días se fueron haciendo más lisos. Sólo quedaba dejarse llevar por ellos, deslizarse hasta el fin de los años y listo. Cuando quisieran darse cuenta, todo habría pasado como si no hubiera pasado nada. Eso es lo bueno y lo malo del tiempo. Es algo bien difícil de percibir, porque su suavidad amable hace que uno se sienta cómodo y deje las cosas como están. Sólo que nada está como está, nada está quieto, y cuando uno quiere darse cuenta aparece en otra parte o con otros años, o en otro continente. Como les pasa a las placas de la tierra.